No es un homenaje a la memoria de Pablo Escobar Gaviria, sino recordar quien era este personaje que fue dado de baja por el Estado hace 21 años y que partió la historia de Colombia en dos, y hoy más que nunca mientras nuestro país atraviesa por un Proceso de Paz, es necesario recodar a uno de los narcotraficantes que puso en jaque la paz colombiana. Porque “el pueblo que olvida su pasado, está condenado a repetirlo”.
Pablo Escobar fue un hombre que “prácticamente no dejó gobernar a tres Presidentes seguidos. Transformó el lenguaje, la cultura, y la economía de Medellín y del país. Antes de Pablo Escobar, los colombianos desconocían la palabra sicario. Antes de Pablo Escobar Medellín era considerada un paraíso. Antes de Pablo Escobar el mundo conocía a Colombia como la tierra del café. Y antes de Pablo Escobar nadie pensaba que en Colombia pudiera explotar una bomba en un supermercado o en un avión en vuelo. Por cuenta de Pablo Escobar hay hoy carros blindados en Colombia. Por cuenta de él, se replanteó la política penitenciaria y hasta el diseño de las prisiones” (Semana, 1994)
Pablo Emilio Escobar Gaviria, el delincuente que fue considerado como uno de los más ricos del mundo y quien doblegó a la justicia y política colombiana por 17 años, nació en Rionegro, Antioquía el 1 de diciembre de 1949. Hijo de Abel de Jesús Escobar Echeverri, un administrador de fincas y de Hermilda de los Dolores Gaviria Berrío, una maestra rural. En 1969 terminó el bachillerato en el Liceo “Lucrecio Jaramillo Vélez”. Fue admitido para cursar estudios en la Facultad de Economía de la Universidad Autónoma Latinoamericana de Medellín, pero finalmente optó por retirarse. Se casó con Victoria Henao Vallejo, con quien tuvo a sus dos únicos hijos: Juan Pablo Escobar Henao y Manuela Escobar Henao. Parecía una infancia y juventud como la de cualquier otro colombiano, hasta que empezó a construir su largo historial delincuencial. Paso de lavar coches y ayudar en los mercados a matón a sueldo y ladrón de carros, hasta que se introdujo en el tráfico de marihuana y, finalmente, en el de cocaína. Primero actuaba como intermediario que compraba la pasta de coca en Colombia, Bolivia y Perú, para posteriormente revenderla a los traficantes encargados de llevarla a Estados Unidos. En la década de 1970 se convirtió en una pieza clave del tráfico internacional de cocaína, asociado con Gonzalo Rodríguez Gacha, Carlos Lehder, Jorge Luis Ochoa y sus hermanos Fabio y Juan David. Fundó y lideró el Cártel de Medellín, con el que tuvo el control de pistas, rutas, laboratorios y monopolizó este comercio ilegal desde la producción hasta el consumo.
Descaradamente a fin de proteger su lucrativo comercio de drogas creo como “pantalla” una imagen de hombre respetable. Comenzó a contactarse con políticos y abogados y financió planes de desarrollo para los suburbios de Medellín. Levantó un barrio de 780 viviendas llamado ‘Medellín sin Tugurios’ o el ‘barrio de Pablo Escobar’, regalaba sánduches a los mendigos y construía campos de fútbol para los niños de los suburbios. Gracias a estas obras logró un gran apoyo para ser elegido en 1982 como diputado suplente del parlamentario antioqueño Jairo Ortega en el Congreso de la República, con su grupo político llamado Civismo en Marcha, adscrito a la formación Nuevo Liberalismo, pero Luis Carlos Galán, quien, al tener noticia de las actividades criminales de Escobar, denunciadas por el ‘El Espectador’, lo expulsó de su movimiento. Desde ese momento Galán se convirtió en el gran enemigo de los narcotraficantes.
En 1983 volvió a la clandestinidad e irónicamente al héroe que era considerado en Medellín, puso en jaque al país y sembró el miedo con carros bombas y asesinatos. A través del Cartel de Medellín y su ejército de sicarios ordenó el asesinato de todo aquel que tuviese al menos la mínima intención de actuar en su contra, cayeron desde líderes populares y agrarios, diputados y senadores hasta periodistas, abogados, jueces y candidatos a la presidencia, todo como una absurda protesta en contra de la extradición de narcotraficantes a los Estados Unidos que promovía el Gobierno.
Pero con la negativa de extraditar colombianos a los Estados Unidos estipulada en la nueva constitución de 1991, Pablo Escobar y otros miembros del Cártel de Medellín, como los hermanos Ochoa, decidieran entregarse a la justicia colombiana, y el 20 de junio de 1991, el capo ingresó voluntariamente a “La Catedral”, una prisión construida “a su medida”, en unos terrenos adquiridos por el mismo, y que contaba con innumerables lujos para él y sus asociados, además de una fuerte seguridad brindada por el Ejército Colombiano en su exterior, espacio aéreo restringido y las autoridades penitenciarias designadas por el estado para custodiar su reclusión, pero la mayoría eran sicarios del Escobar con uniformes de guardia carcelaria. Más allá de haberse convertido en una victoria en contra del narcotráfico que azotaba el país por aquella época, fue la peor burla que se le ha hecho a la seguridad penitenciaria colombiana, pues desde allí siguió controlando sus negocios de droga, ordenando asesinatos e incluso dentro de la misma cárcel fueron torturados, asesinados y quemados los narcotraficantes Fernando Galeano y Gerardo Moncada, solo con la diferencia que ahora lo hacía bajo la más tranquila frescura, gracias a la ingenua reclusión que le había hecho el Estado.
El gobierno y la Fiscalía al conocer los graves hechos y para evitar que Escobar siguiera delinquiendo desde su cómoda prisión, ordenó el traslado de este hacia un nuevo penal. Pero una vez más demostrando sus habilidades de delincuente y poder de corrupción secuestro al viceministro de Justicia Eduardo Mendoza y al director de prisiones del INPEC Coronel Hernando Navas, y así el 21 de julio de 1992 Escobar, su hermano Roberto y sus hombres huyen de la prisión tras patear uno de los muros traseros de la edificación construido con yeso para éste propósito. El gobierno del presidente Cesar Gaviria como si fuera un “juego del gato y el ratón” creó el Bloque de búsqueda, un cuerpo conformado por la Policía Nacional, el ejército y los cuerpos antidroga de Estados Unidos para cazar al hombre más buscado del mundo y que estaba hundiendo al país en el narcoterrorismo.
Tras la muerte de su jefe militar John Jairo Arias Tascon alias “Pinina”, de Gustavo Gaviria, primo y mano su derecha y de su jefe de seguridad León Puerta Muñoz alias “El angelito”, Pablo Escobar quedo solo y desprotegido. Ni los millones de dólares que engruesaban su fortuna, ni el ejército de sicarios que llego a construir, lo libraron de morir a tiros en el tejado de su casa del barrio Los Olivos en Medellín el 2 de diciembre de 1993, un año y cuatro meses después de su fuga de “La Catedral”, y un dia despues de su cumpleaños número 44
Su esposa e hijos eran sagrados, eran su debilidad, pero también fue la carnada que el Bloque de Búsqueda utilizo para dar con su paradero, gracias a unas llamadas que Escobar le hizo a su hijo Juan Pablo. Ese fue el aporte que le hizo su familia a su muerte, después de que le construyo a su hijo la mejor pista de Motocross de Latinoamérica en su Hacienda Nápoles, y complació a su hija Manuela en una navidad con tener un unicornio, que en realidad era un caballo blanco al que le pegaron con grapas un cuerno bajo su crin y adhirieron largas alas de papel a su torso.
Era increíble pensar que esto le hubiera sucedido al hombre que fue capaz de ordenar a sangre fría el asesinato del Ministro de Justicia, Rodrigo Lara Bonilla el 30 de abril de 1984, y el cual fue el “florero de Llorente” que desato la más sangrienta época de narcoterrorismo en Colombia, y en la que también murieron gracias a sus órdenes el director del diario El Espectador, Guillermo Cano en 1986, el precandidato presidencial Luis Carlos Galán en 1989, el coronel de la policía anti-narcóticos Jaime Ramírez Gómez, el periodista Raúl Echavarría Barrientos, El juez Gustavo Zuluaga Serna, el Gobernador de Antioquia Antonio Roldan Betancur, el magistrado Héctor Jiménez Rodríguez, el periodista Jorge Enrique Pulido. Además de ordenar el secuestro de Francisco Santos Calderón, Diana Turbay, hija del expresidente de la República Julio César Turbay y quien murió en hechos confusos durante un intento de rescate de la policía y Marina Montoya de Pérez, hermana del exsecretario General de la Presidencia, Germán Montoya.
El hombree que obligó al país a convivir en medios carros-bombas, como el que destruyo las instalaciones de Departamento Administrativo de Seguridad (DAS), donde perdieron la vida alrededor de setenta personas, el de la Embajada norteamericana en Bogotá, el de la sede de la televisora ‘Mundo Visión’, el de la sede del periódico ‘Vanguardia liberal’ de Bucaramanga, y el que destruyo gran parte de las instalaciones del diario ‘El Espectador’, y como si aún no fuera suficiente hizo estallar el vuelo 203 de Avianca en pleno vuelo con un saldo de 107 muertos. Escobar fue el hombre que pagaba 2 millones de pesos a quien asesinara un policía en Medellin. Fue responsable del asesinato de 657 policías entre 1989 y 1993. Fue quien impuso la ley de “plata o plomo”.
Pero también acabo con su propia familia y los condeno a su propio viacrucis. Fueron expulsados de Estados Unidos y Alemania, en el intento de pedir asilo, huyendo de los enemigos de su esposo y padre y la estigmatización de ser la familia de un narcotraficante colombiano. Finalmente Argentina los recibió pero bajo otras identidades, así, Victoria Henao pasó a llamarse María Isabel Santos Caballero, Juan Pablo es ahora Juan Sebastián Marroquín Santos y Manuela se llama Juana Manuela Marroquín Santos. Pero no se libraron en 1999, cuando se descubrió que eran los legítimos herederos del capo, de estar 15 meses en una prisión. Y sin antes en Colombia haber sido blanco directo de “Los Pepes (Perseguidos por Pablo Escobar), dedicados a matarlos y a destruir sus propiedades, y quienes también los obligaron a entregarles todos los bienes del capo a cambio de perdonarles la vida.
‘Mejor una tumba en Colombia que una cárcel en Estados Unidos’ siempre afirmó Pablo Escobar, y así fue, murió sobre un tejado de una casa lejos de los millones de dólares que logro obtener gracias al negocio de las drogas, lejos de su Hacienda Nápoles, una de las más extensas del país y en la cual reunió más de 200 especies de animales exóticos para la región y lejos de su colección de 40 autos deportivos. La era de sus aviones, sus zoológicos, mansiones y el poder del ‘Narco’ más poderoso había quedado atrás, habían dejado de existir, ya eran historia.
Solo su familia y sus protegidos lloraron su muerte, y a su entierro asistieron miles de personas, en su mayoría de los barrios pobres de Medellín que Pablo Escobar beneficio con dineros del narcotrafico. Porque para la prensa y el gobierno fue una batalla ganada en contra de narcotráfico, porque la guerra aún continúa. Ya no cobrando tantas vidas como antes, ni derribando edificios ni aviones, porque ante todo esto lograron sobrevivir los recuerdos de una de las épocas más sangrientas de Colombia y la esperanza de tener un país mejor, que han impedido tanto al Estado como a la población misma dejar nacer otro Pablo Emilio Escobar Gaviria. De nada vale el dinero y el poder, cuando se ha construido a base de hijos huérfanos y viudas, y solo dejas como herencia a hijos exiliados pidiéndole perdón a un país entero por los errores de su padre.
Por Lina Quiroga Rubio