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EL HOMBRE AL FRENTE DE LA DEFENSA DE LAS VÍCTIMAS DE ESTADO

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Iván Cepeda Castro es un político bogotano, nacido el 24 de octubre de 1962. Es  reconocido por su trabajo como defensor de los derechos. Es el primer hijo del congresista Manuel Cepeda Vargas, uno de los más fogosos miembros de la Unión Patriótica; y de la activista política Yira Castro.

El discurso político de Cepeda, ha tenido como base las denuncias por los crímenes de Estado. Un discurso fundamentado en la memoria de su padre, quien fue asesinado por grupos paramilitares en Bogotá, el 9 de agosto de 1994, en el marco del exterminio a los miembros de la Unión Patriótica, en los cuales también fueron asesinados 8 congresistas, 13 diputados, 70 concejales y varios militantes a lo largo y ancho del país.

En el año de 1995, la familia Cepeda castro se vio obligada a abandonar el país y se radicaron en la ciudad de Praga, en Checoslovaquia. Estando por tres años en el exilio en aquella ciudad, en 1968 las tropas del Pacto de Varsovia invadieron Checoslovaquia y la familia no tuvo otra opción que abandonar el territorio y migrar hacia La Habana, Cuba, donde vivieron hasta 1970, cuando deciden regresar al país.

Es de pensar que Cepeda inició su ejercicio de activista después del magnicidio de su padre, pero antes de esa tragedia, ya militaba en grupos y organizaciones políticas, como en la ya conocida JUCO (Juventudes Comunistas Colombianas), en la cual participó cuando apenas tenía 13. Su participación política data de 1975.

Cepeda inicia sus estudios en filosofía en 1981 cuando tenía 19 años, en la Universidad San Clemente de Ohrid de Sofía, en Sofía, Bulgaria. Volvió al país seis años después, donde continuó su actividad política, esta vez acercándose a la candidatura del entonces candidato Bernardo Jaramillo Ossa, quien posteriormente tomaría el escaño en el Congreso de Jaime Pardo Leal, luego de su asesinato. Durante su estadía en Sofía, se volvió un gran crítico del autoritarismo soviético, por sus limitaciones en varios aspectos.

En 1990 Cepeda decide retirarse del Partido Comunista Colombiano, del que hizo parte durante su adolescencia, y empezó a miliar en ya movimiento político M-19, luego de la desmovilización de sus miembros, y la conversión a grupo político. Mientras el militaba en el nuevo movimiento político, su padre aún militaba en la Unión Patriótica y en el Partido Comunista, lo que le provocó a Iván el distanciamiento con su padre.

Iván Cepeda es reconocido por su trabajo como activista, y este reconocimiento se fortaleció después de la muerte de su padre, cuando crea el Movimiento Nacional por las Victimas, el cual fue constituido por 17 organizaciones cuyo trabajo  era esclarecer los crímenes que ocurrieron en las décadas de 1980 y 1990. La formación de este movimiento fue la razón principal para que empezaran las amenazas de muerte contra Cepeda, y se vio obligado a irse del país y exiliarse en Francia en el año 2000. Allí en Francia recibió el título de Magister en Derechos Humanos de la Universidad de Lyon. Su tarea como defensor de las víctimas de los paramilitares tenía que continuar, por lo que en 2003 decide volver a Colombia sin importar las amenazas que había en su contra.

Ya en Colombia, luego de su llegada de Francia, junto con otros promotores de derechos humanos, impulsó a la creación del conocido Movimiento Nacional de Victimas de Crímenes de Estado (MOVICE), que es conformado por victimas del Estado colombiano. Uno de los eventos realizados por este movimiento y por cual se reconoce el mismo, es el “Homenaje a las víctimas del paramilitarismo, la parapolítica y los crímenes de Estado”, realizado en marzo de 2008.

Este año también sonó en los medios de comunicación por varios factores, como ser uno de los líderes que promovió la marcha del 6 de marzo por las víctimas del paramilitarismo y del estado; su protesta en la Embajada de Costa Rica a raíz de que el senador Mario Uribe, primo de Uribe Vélez. Intentó pedir asilo para evadir la orden de captura de la Fiscalía que lo investigaba por parapolítica; y por su apoyo y participación en el movimiento Colombianos y Colombianas por la Paz, liderado por Piedad Córdoba.

En 2009, un año después de aquel homenaje, Cepeda toma la decisión de incursionar en la vida política por la vía de elección popular, lanzándose como candidato a la Cámara de representantes en las elecciones realizadas en 2010, como miembro del partido de centro izquierda Polo Democrático Alternativo. 35.000 votos le permitieron subir al Congreso. Dentro del Polo Democrático fue la quinta persona en tener una alta votación. Dentro del Congreso de la Republica, Iván Cepeda es conocido por sus debates en pro de los derechos humanos, sus múltiples denuncias y debates de control político en temas como la violencia sexual contra las mujeres dentro del conflicto armado, la desmovilización de paramilitares durante el gobierno de Álvaro Uribe Vélez, o el tema del despojo de tierras. Uno de los debates de control político realizados por Cepeda es el de la Hacienda Guacharacas, de propiedad de la familia Uribe Vélez y la creación de grupos paramilitares dentro de ese predio.

El 26 de mayo de 2010, la Corte Interamericana emitió una sentencia donde el Estado colombiano fue condenado, entre otros aspectos, por la participación de sus agentes en el asesinato del líder de la Unión Patriótica. La Corte exigió al Estado reconocer su culpabilidad en un acto público, producir un documental sobre la vida de Manuel Cepeda, hacer una publicación escrita sobre el asesinado senador, otorgar una indemnización económica a los familiares de la víctima, entre otros.

Actualmente Iván Cepeda es Senador de la Republica por el Polo Democrático Alternativo. El 20 de julio de 2014 tomó posesión de su cargo.

Por Kelly Cristancho Blanco

¿Realidades que se esconden?

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Según Touraine (1979) todos somos portadores del sujeto histórico que a la vez realiza acciones históricas capaces de transformar su realidad. Desde esa perspectiva cabe preguntar si la realidad de Colombia es una que busca esconderse desde el relacionamiento cotidiano, pero que es sobre expuesta (y deformada) en la mediaticidad novelesca que ofrecen los canales privados de Televisión.

Esta inquietud surge  por dos razones: La necesidad de reconocer y redefinir nuestro relato nacional; Y la creciente producción audiovisual durante estos dos años a hechos como el narcotráfico y el paramilitarismo. Aunque aparentemente la producción audiovisual resulte como una opción de reconocimiento de la historia; en el caso colombiano el enfoque con el que se produce genera más dudas y confusiones sobre quienes han sido partícipes de actos violentos en el que la población civil se ha visto fuertemente permeada.

Es el caso de “el Patrón de Mal”, “El mexicano” y “los tres Caínes”. Una característica que define la linea narrativa de estas 3 series es la convalidación social de que estos sujetos actuaron de esa manera por las implicaciones directas que tuvieron en el conflicto; Y aunque esto en parte sea cierto desdibuja la figura de quienes han sido victimas, siendo invisibilizadas de un relato que es necesario para el país.

La importancia de que estos relatos excluyentes -a través de las series- tengan protagonismo es que generan percepciones hegemónicas. Cabe recordar que la percepción es un acto cultural, que se enseña y que por ende es un acto colectivo (Rubiano, 2011). Por eso si estas percepciones permean el imaginario colectivo se termina consolidando un relato nacional excluyente y equivoco sobre lo que fuimos, somos y podamos ser.

Por fortuna,  el sistema social y político del país, pareciera que a raíz de los procesos de negociación con las FARC en la Habana, han generado un cambio en el imaginario sobre la posibilidad de una paz. Y aunque esta palabra en términos conceptuales y teóricos puede representar muchos escenarios (ausencia de guerra, equidad, tolerancia, etc)  simbolizan una esperanza colectiva. Hoy la Paz -a diferencia de algunos años- tiene agenda y hasta los sectores empresariales se han sumado (A través de #SoyCapaz) a un discurso colectivo que requiere el país. Porque antes que hacer la paz hay que creerla, es decir convencerse de que si es posible. Por eso la oportunidad que hoy recibe esta pequeña frase se desprenden en la posibilidad de nuevos imaginarios y como lo dice Touraine tomar acciones históricas capaces de transformar las realidades.

Elaborado por Fabián Mora

Retratos en un mar de mentiras -Película-

 

Es una invitación para que vean la película, para que reconozcan el cine como una forma de construcción de relatos de la verdadera representación de nuestro país. Quizá sea hora de reconocer, examinar y re explorar lo que somos, no como simples seres que pasan su vida sin más reparo, sino como sujetos que deben asumir lo que son y entender que nuestra historia ha sido, es, y será una marcada por el conflicto. El asunto no se trata de reducir lo que somos a una vida de conflicto, es más bien, la comprensión del mismo para la reconstrucción de múltiples identidades capaces de responder a las situaciones de disputa. Pero ¿por qué? Se resume en la exposición de Estanislao Zuleta de identificar el conflicto como un fenómeno constitutivo del vínculo social, y que la pretensión de una sociedad en armonía, es utópica y contradictoria. Con esto no pretendo reivindicar ni convalidar el conflicto como una simple naturaleza que se debe aceptar y ya. Esto va más allá; Es el de comprender y responder a una cuestión que ha delimitado el conflicto de hoy: la eliminación del otro.

La película recoge todos esos momentos de la cotidianidad de miles de colombianos, que sin ningún reproche, son olvidados y convertidos en sujetos ahistóricos. Pero ¿quién ha decidido eso? Nuestros dirigentes que son de por sí, los siempre ausentes del mandato, pues nunca atienden a las obligaciones que les corresponden, y muchos menos escuchan las necesidades de quienes los requieren. Es por eso que la supremacía del fuerte “prevalece” y ataca sin ningún remordimiento al otro. Porque siempre queremos el dominio sobre el otro, y si el otro no lo permite, se le elimina.

Entonces, me pregunto ¿qué pasó con la solidaridad? ¿Qué pasó con el respeto y la reafirmación de la vida a través de los actos? Se olvidaron y asumimos que la única forma de resolver la situación es eliminando al otro, al malvado, al perverso. Lo digo con respeto pero a la vez con vehemencia, no debe ser así. La vida no se trata de excluir mediante la muerte del otro, de tomar una posición de vencedores y asumir a los demás como los enemigos. En nuestra Colombia, marcada por la violencia merece ser retomada como punto de partida para aprender, para no repetir los mismo pasos y reconstruir nuestras capacidades para asumir todos nuestros conflictos de una manera más sensata y honesta para resolverlos.